Hace unos años, una persona con quien me relaciono en el mundo de la divulgación científica preguntó, en un foro que compartimos, acerca de la oferta de estudios de posgrado en línea sobre comunicación de la ciencia. En mi entorno hay un buen número de personas que se dedican a la divulgación o la comunicación científica y algunas de ellas están interesadas en recibir formación en ese campo.

Cuando aquella persona hizo la consulta otros participantes en el mismo foro le contaron lo que sabían. Hay varios estudios de posgrado en castellano de comunicación científica, presenciales principalmente, pero también alguno virtual. La consulta y las respuestas me dieron que pensar, pero el asunto quedó ahí, en el desván del cerebro.

Algo más tarde, una persona muy próxima que se dedica a la enseñanza en educación primaria me comentó que en ese nivel educativo disponen de pocas herramientas conceptuales para transmitir a niños y niñas los rudimentos de lo que se puede considerar conocimiento científico. La observación también me dio que pensar, solo que, en este caso, cuando el asunto se fue al desván se encontró allí con el anterior. Ya eran dos y se estorbaban. Y me estorbaban a mí también. Así que empecé a darle vueltas a los dos asuntos.

De esa forma llegué a la conclusión de que sí, hay oferta de estudios de posgrado (másteres universitarios, másteres propios y otros títulos propios) en castellano sobre comunicación científica, pero no hay tantos sobre cultura científica propiamente dicha (aunque alguno hay). Y pensé, además, que hay varios perfiles profesionales para los que ciertos conocimientos podrían serles de utilidad, aparte de todas aquellas personas que estén interesadas en estos temas trabajen en lo que trabajen. Y sin excluir tampoco a personas con formación científica, pero que querrían saber algo más de historia, filosofía y comunicación.

La conclusión a la que llegué es que había espacio académico para ofrecer un máster propio sobre cultura científica. Debía tener una colección de materias científicas, unas con los fundamentos de ciertas disciplinas y las otras con ejemplos extraídos de la vida cotidiana. También debía incluir contenidos de historia y de filosofía de las ciencias; son conocimientos sin los cuales es muy difícil valorar las fortalezas y las debilidades de estas disciplinas, lo que me parece esencial para calibrar su alcance. Y por último (pero no de menor importancia) debía incluir contenidos sobre comunicación científica. La ciencia que no se cuenta no existe. En ello se basa la posibilidad de someterla a contraste, por un lado, y de hacer partícipe al conjunto de la ciudadanía de sus logros y su importancia, por el otro.

Llegado a esa conclusión pensé en las personas que quería que me acompañasen en la aventura. Esas personas eran Antonio Casado y Joaquín Sevilla. Conocía a Antonio por habernos encontrado en el Máster de Filosofía Ciencia y Valores que se imparte en la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología de la UPV/EHU, máster del que había cursado algunas asignaturas. A Joaquín, físico y profesor de ingeniería en la UPNA, lo conocí en 2004 o 2005, siendo él director del Campus Virtual Compartido del Grupo 9 (de universidades), aunque volví a encontrarme con él años después en la plataforma Naukas por la afición que ambos tenemos por la divulgación científica.

Contacté con ambos y así empezamos esta aventura, llenos de ilusión, convencidos de que la oferta de estudios de posgrado de cultura científica viene a llenar un hueco en el panorama académico de nuestro entorno y a satisfacer una necesidad formativa real. Espero que resulte del agrado e interés de mucha gente y que durante los próximos años consigamos acercar la cultura científica a amplios sectores sociales y profesionales.

Imagen: Vlad Tchompalov @unsplash