Hace diez días Science Magazine publicaba una crónica o historia profesional (career story) en la que una investigadora predoctoral resaltaba la importancia de esos momentos sociales en el laboratorio, a diario junto a la máquina de café, en los que el personal se reúne para hablar informalmente sobre temas de trabajo, comparar situaciones, y darse consejos y apoyo mutuo.

Cuando Vivienne Tam viajó desde Canadá para hacer una estancia en un laboratorio francés, le llamó la atención que en su nuevo lugar de trabajo investigadoras e investigadores se juntaban a diario para almorzar o tomar un café:

“Mi tiempo en Francia me ha enseñado que es importante hacer espacio para conversaciones espontáneas sobre la vida en el laboratorio: los fracasos, los datos incomprensibles, los retos personales. […] La vida de una científica puede resultar solitaria, pero es mucho menos cuando estás conectada a una comunidad que te apoya.”

En realidad, Tam está hablando de lo que un antropólogo y sociólogo del conocimiento, Étienne Wenger, denominó “comunidades de práctica” (CP) a principios de los 90. Según Wenger y quienes han continuado estudiando el fenómeno, una CP es un grupo de gente que se reúne de manera voluntaria e informal para socializar experiencias y problemas alrededor de un horizonte común. Se caracteriza por la práctica concreta, el dominio en el que se establece, y la identidad generada. O sea, una CP es un conjunto de prácticas en un dominio o ámbito determinado que genera una identidad compartida en un grupo de practicantes. Pero no sólo eso; en las CP se genera y transmite conocimiento. El ejemplo de Tam es ilustrativo a ese respecto:

“las personas que investigamos necesitamos comunidades porque las buenas ideas no sólo vienen de leer la literatura y pensar en cosas profundas; ayuda intercambiar ideas con otros, especialmente en un entorno amigable. También ayuda tener un foro donde compartir las incidencias de la vida predoc. ¿Cómo saber si no que no eres la única persona que sufre de ansiedad y síndrome del impostor?”

Esto no sólo ocurre en la investigación, sino en cualquier otra actividad profesional o amateur que suponga aprendizaje, tanto presencial como online. Las CP están ganando popularidad en sectores como el sanitario porque sostienen y fomentan la interacción formal e informal entre personas expertas y novicias o aprendices, facilitan aprender y compartir conocimiento, y generan mecanismos de implicación emocional y sentimientos de pertenencia colectiva que ayudan a superar las dificultades.

Aunque en la literatura especializada haya matices y distinciones entre “comunidad de aprendizaje”, “comunidad de interés” y “comunidad de práctica”, puede decirse que también tenemos CP en cultura científica. Está claro que divulgar, reflexionar y comunicar sobre ciencia es algo que se aprende, al menos en parte, en encuentros con otras personas que trabajan en ese ámbito. Participar en una o varias CP es una de las mejores formas de aprender cultura científica.

(De hecho, le debo a una CP el haber llegado a este artículo. Me lo recomendó Mikel Torres por whatsapp, demostrando que las comunidades de práctica, aunque sean de ética, también pueden ser virtuales…)

Fuente: Tam, V. 2019. “Finding community during coffee breaks”. Science 366 (6465), 654. DOI: 10.1126/science.366.6465.654