Seguramente ya sabréis que el principal impulsor de este máster, Juan Ignacio Pérez Iglesias, acaba de ser reconocido con el Premio Eusko Ikaskuntza-Laboral Kutxa al mejor currículo en Humanidades, Cultura, Artes y Ciencias Sociales de 2019. Su universidad lo celebró con este tuit:

Y el profesorado del máster, como no podía ser menos, nos unimos a las felicitaciones con esta orla:

Aunque Joaquín Sevilla, nuestro compañero en la Comisión Académica, hubiera destacado también algún rasgo más personal (cariñoso, persuasivo, gran capacidad de gestión y trabajo, preocupado por las personas, buen amigo…), por mi parte quisiera resaltar en la lista de virtudes epistémicas y morales del tuit una palabra: curiosidad. Y no porque tenga más peso que las otras, sino porque requiere cierta explicación. Quienes frecuentamos la cuenta de @Uhandrea (hermosa palabra que habla de su gusto por la lengua vasca y por los animales en general, y en particular por aquellos que se encuentran entre la tierra y el agua) sabemos que desde hace un tiempo tiene este tuit fijado en la portada:

Podría parecer que, ante semejante declaración, la curiosidad no fuera un rasgo a destacar, sino más bien lo contrario. ¿Reniega nuestro amigo de la curiosidad, precisamente esa actitud o virtud que para muchos, desde la Metafísica de Aristóteles hasta El gran diseño de Stephen Hawking, está en el origen de la filosofía y las ciencias? Aunque hay quienes le conocen mucho mejor que yo, a juzgar por sus lecturas compartidas me atrevería a decir que curiosidad no le falta. Más bien diría que el tuit tiene que ver con otra cosa, con algo que además es importante para el porqué y el cómo de este máster.

Por un lado, está la aceptación (la tradicional humildad científica) de reconocer que el universo es incognoscible, al menos para la inteligencia humana tal y como la conocemos, algo que Juan Ignació ya explicó mediante la imagen del círculo de luz en una conjetura posterior: al aumentar el conocimiento también aumenta la frontera de la ignorancia, más sabemos que no sabemos, mayor es la cantidad de cosas de las que somos conscientes que ignoramos.

Al fin y al cabo, reconocer lo que uno no sabe, negociar esa relación entre lo que conocemos y lo que ignoramos, forma parte de la experiencia de lo que es ser humano y de eso que se ha llamado Ilustración desde sus comienzos. Pero no sólo eso: JI ha ensalzado el valor de la curiosidad, por ejemplo, como una de las claves para superar la posverdad o el negacionismo a propósito del cambio climático (a partir de unos trabajos de Dan Kahan).

Lo bueno es que en este máster tenemos muchos elementos para entender mejor lo que está pasando. Por ejemplo, otro de nuestros profesores, Julián Pacho, explica en un artículo eso que en filosofía de la ciencia se llama el “efecto Hydra”: el número de problemas por resolver no disminuye proporcionalmente al número de problemas que se resuelvan, sino que aumenta. Esta paradoja, que según Nicholas Rescher ya se encontraba en los Prolegomena de Kant (#57), es inherente al conocimiento científico y dificulta la gestión de la responsabilidad individual y colectiva ante el conocimiento. Pacho argumenta que para gestionar bien o de manera responsable esa relación personal y social entre ignorancia y conocimiento necesitamos una “cultura de la cultura” que supere la dicotomía entre las “dos culturas” (ciencias vs. letras) y la guerra cultural entre techies vs. fuzzies (optimistas tecnológicos para quienes sólo la ciencia es la solución vs. postmodernos para quienes el criterio de demarcación entre ciencia y no-ciencia no existe o es muy borroso). Este tema, uno de los que trata en sus clases del máster de Filosofía, Ciencia y Valores, seguramente formará parte de su programa en nuestro máster on-line.

Esa “promiscuidad cognitiva” de la que habla Julián es, al cabo, una forma de curiosidad. Y la cultura científica, una manera de satisfacerla. Por eso necesitamos trabajar con una concepción lo más completa posible de la cultura científica, que incluya tanto contenidos científicos como comunicativos y epistemológicos, y esa es otra de las razones por las que hemos montado este máster: para que todos, profesorado y alumnado, tengamos un espacio o foro donde aprender y pensar juntos cómo ha de ser eso que nos ha reunido aquí. Movidos por la curiosidad, por supuesto, pero también por la convicción de que la cultura científica que estamos construyendo hoy será algo cada vez más importante para el futuro de la humanidad.

Así que felicidades, Juan Ignacio, y gracias. Urte askotarako!